lunes, 24 de marzo de 2014

¡Contate otro de gallegos!


Hola Fernán! Sólo te pido que mientras leas este post, imagines mi sexy acento, así no te aburrís.
 Me llamo Stella, y vivo del otro lado del charco, como nos gusta decir a nosotros. Lamentablemente, en el infinito mundo de internet me crucé con tu video. Podría contestarte y entonces enumerar las cinco cosas que odio de los españoles, pero no es mi estilo, incluso teniendo en cuenta el racismo y el genocidio que tu tierra madre ejerció sobre mi querida América Latina. La intención de este post no es buscar en vos un estereotipo de colonizador, sino aclararte algunas cosas: (Sigo hablando con mi acento argentino... espero no estés tan excitado aún).

 5. Los argentinos son hombres hermosos. En eso estamos de acuerdo. Son seductores, caballeros y cargan con un montón de cualidades positivas que no te imaginás. Pero, querido Fernán, lo de metrosexuales, deberías reclamarseló a las revistas que estás consumiendo. Acá los machos no se depilan el pecho ni la ingle. Al macho argentino se le ve la raya del culo mientras labura. Usa un escarbadientes después de comer, y se hurga la oreja con el dedo índice. Saca a bailar a una mina y no le importa si está despeinado. Es más: cuanto más despeinado, mejor. El macho argento es sexy de por sí. Porque camina con el ritmo varonil del tango y chamuya con la poesía del barrio. El macho argentino paga la cuenta, aún cuando no tenga un sope en el bolsillo. El macho argentino defiende a la vieja y no le importa nada. El macho argentino va a la cancha y grita los goles desde las entrañas, y se le salen los ojos cuando una mina le dice que no. El macho argentino, querido Fernán, es seductor naturalmente. No necesita ser metrosexual. ¿Querés saber qué es lo que lo hace tan especial? Pues, el macho argentino es guapo porque tiene la libertad de un cóndor y el porte inquisidor del indio.

 4. Xenofóbico. El cuarto puesto de tu ranking habla de una absoluta inmadurez. Si cada vez que vas a un odontólogo te atiende un argentino, es porque en Argentina la educación es PÚBLICA, y todos tenemos derecho a estudiar sin poner una moneda. ¿En tu tierra superior la universidad es tan libre como en la mía? Los argentinos que se van a Europa, lo hacen en busca de oportunidades, y les debe ir muy bien. Probablemente sea porque ustedes no tienen la calidad de profesionales que tenemos nosotros. Lo que tiene tu boca no son dientes lindos, sino palabras podridas. ¿SUDACA? No tenés idea de las connotaciones racistas de ese insulto. Me decís sudaca a mí, después que saqueaste mi pachamama. Me decís sudaca a mí, después de que violaste a las mujeres de mi tierra. Me decís sudaca a mí, después de que explotaste a mis hermanos y los hiciste tus esclavos. Me decís sudaca a mí, después de que te quedaste con todo lo que era mío y te apropiaste de mi historia. De cuarta tu forma de pensar de todos mis hermanos latinoamericanos, español cuadrado.
 "Tus muelas son españolas". Y las mías, argentinas.Y tienen la fuerza para morder tus palabras, masticarlas y tragarlas. Me cuesta digerirlas. Pero entiendo que tu educación no ha sido tan buena como la mía como para que puedas entender la metáfora. El día que alguien encuentre tu esqueleto dándole de comer a los gusanos, espero que alguien se apiade de tus muelas con nacionalidad y las exponga en un museo. Y espero también que quien las encuentre sea argentino. Hittler también tenía "sentimientos nacionales". Cuidado.

 3. Espero que sigas leyendo esto imaginando mi acento. Te cuento que vivo en Córdoba Capital. No sé si alguna vez has visto un mapa de Argentina, pero mi bello país no termina en Buenos Aires. Incluso, ni siquiera empieza ahí. Te invito, cuando quieras, a mi tierra mediterránea. Aquí hablamos cantando... Te juro por Inti y Viracocha que si alguna vez escuchás a alguien decir "SHUVIA" en vez de "IUVIA", o "SHO", en vez de "YO", te pago un asado a vos y a todos los nabos que tienen ese concepto ridículo de nuestro acento. En mi país cada región tiene su manera de hablar y de vivir en general. Como en todos los países, supongo. Pero los cordobeses en este aspecto somos muy especiales. Es más, te reto a ver un video cualquiera hecho por un cordobés en YouTube. Después contame. El modo porteño de hablar es el más difundido, porque la capital de nuestro país es Buenos Aires, y de ahí salen las publicidades, las telenovelas, los actores y las actrices. El interior del país ha sido históricamente relegado a la creencia de que la Capital Federal representa a toda la República.
 Si decimos "Che", no es por el Che Guevara. Tenés la creencia al revés. Al Che le decían Che porque es un modismo argentino. El Che, como otros grandes de la historia, era argentino. Y Fidel lo bautizó así porque Guevara, en lugar de llamar a las personas por su nombre, les decía CHE. "Che vos, Fernán, dejá de hablar giladas", por ejemplo. Y si hablamos "castellano" es porque ustedes nos lo impusieron. Porque mataron, una a una , nuestras lenguas ancestrales. Podría hablar hoy en Quichua, Guaraní o Aymara... y entonces no hubiese tenido que perder mi tiempo en responder tus absurdos estereotipos sobre nosotros, porque simplemente no te hubiese entendido. Atenete a las consecuencias de la historia. Tu lengua madre mutó en mi modismo argento. Qué le vamos a hacer, che.

 2. El asado es  de lo mejor que tenemos, sin dudas. La naturaleza ha evitado que comamos bichos de mar y esas porquerías sin sabor que comen ustedes. El asado  además de tener un sabor incomparable y ser tradicionalmente NUESTRO, tiene una mística particular, y reúne muchas cosas de las que vos hablaste: Hacer el fuego es, de por sí, un ritual. El asado se hace en el patio, y lo hace, en general un hombre.Todas las leyes tienen excepciones, claro, como en mi casa, que la asadora por excelencia, es mamá. Sin embargo, acá no te recibís de macho hasta que no asás un pedazo de costilla. El asado se acompaña con vino tinto y jamás se come en soledad. El asado se comparte con amigos, cuantos más amigos, mucho mejor. El asado se hace en ocasiones especiales, aunque siempre hay una buena excusa para tirar un bicho al asador. Una o dos veces por semana, mínimo. El asado reúne a la familia. A la dupla del chorizo y la morcilla le decimos "matrimonio". Pero además de esos embutidos, que te hartás de mencionar,  tenés que sumarle la costilla, el matambre, el vacío, la molleja, etc. Un buen asado debe ser completo. Y nadie (absolutamente nadie) se resiste a un ASADAZO. Lo de las pizzas y las hamburguesas es un invento yankee. Querido contemporáneo español, estás invitado a un buen asado en casa cuando se te dé la gana. 

1. Soy argentina, rubia y con mucho carácter. Una mina con tanto para dar, no le daría pelota jamás a un salame como vos. Es comprensible que nuestra compatriota te haya dejado.  Suerte para la próxima, che. 

@strellasalerno

sábado, 22 de febrero de 2014

Eva


Córdoba pesa. Pesa, porque el gris de febrero tiende a ser una carga para quienes transitan, entre peatonal y peatonal, con el verano en las espaldas y el invierno en la cabeza.
Martes. Lluvioso. Fresco. Molesto.
Eva camina con la esperanza de llegar a alguna parte, como si la suerte hablase con la voz ronca de los porteros eléctricos. Como si la puerta de un viejo edificio de la calle Bolívar fuese la entrada a la espina dorsal del futuro.  Eva no es nadie. Tiene los sueños suspendidos y febrero le ha mojado las alas. Ya no vuela como en los tiempos de la universidad. La utopía de aquellos años se le hizo trizas contra el suelo el día en que le dieron el diploma.
Ahora, la lluvia carece de la magia blanca que antes le servía. Ya no le lava las culpas, ni le perfuma la piel. Es sólo un imprevisto de mal gusto. Un parásito para los días de peluquería. Una maleza para las pocas pilchas colgadas en el balcón. 
Cuanto más tiempo pasa, menos días le quedan para cumplir los protocolos. Lo sabe, y ya no tiene ganas de diagramar revoluciones y ser la líder de guerrillas fugaces. Ya no le cree al diario, ni a la tele, ni al taxista. Se ha hecho hacedora de sus propias verdades.
Seis de la tarde. El bar de siempre. Cortado en jarrito. Un libro de Galeano.
La lluvia estampa perlas en el vidrio. Del otro lado, una vieja rezonga tras tropezar con una paloma medio enferma. 
Eva ha entendido que sólo las putas y los traidores logran sus objetivos en el corto plazo, pero ya no le preocupa. No ha nacido para ninguna de las dos virtudes.
 Aprendió que los negros no son negros porque quieren, sino porque los blancos lo deciden. Tiene el academicismo furtivo de un debate de café y no le tiembla la voz para defenderse de los incoherentes devenidos en sabios.
Cambió las zapatillas de lona por un par de tacos, no tan altos. Lo suficiente como para ser bien atendida por las empleadas de los negocios de ropa de la San Martín.
 Ya no le duele tanto la muerte, ni compra las palabras rosadas de los chamuyeros de salón.  Pregunta por cortesía, pero olvida las respuestas. Responde con elegancia, pero elude las preguntas. Nadie lo ha notado, salvo la Eva que era antes de estrellarse  con el aire impuro de una ciudad que no registra a ninguna de las dos.
Anochece. Las calles son el espejo del alumbrado público. Febrero  se debilita en el almanaque.  Lluvia. Luna. Lluvia.
Eva cierra los círculos. Los abre. Se pone afuera. Las paredes ya no la protegen. Los años la encorvan hacia la tierra. El cielo le queda más lejos que al principio. Más lejos que cuando tenía dieciocho años y era su única dueña. Las nubes le son un obstáculo y las odia por eso. Ya no tienen forma de tigres, ni de indias, ni de bicicletas. Son sólo el escenario de un rayo que arde por un instante los suburbios. Cree que si los finales fuesen felices, no serían finales. El pensamiento, como los libros, se arruina bajo el agua. Y aunque puedan volver a utilizarse, no vale la pena correr el riesgo y andar por ahí con las ideas húmedas e inentendibles. Entendió que se había hecho adulta el día en que compró su primer  paraguas.


@strellasalerno

sábado, 29 de diciembre de 2012

Apología del juego



Un argentino promedio, que minimiza las cuestiones a la anécdota y al azar, ya tendría la decisión tomada:  Jugarle unos pesos al 13.
Resulta, que el número tiene connotaciones tradicionales, y (paradójicamente)  siempre alejadas de la buena suerte. No imagino en cuántos países del mundo, por ejemplo, tener 13 personas sentadas en una mesa, hace suponer que una de ellas morirá, teniendo como parámetro la famosa Última Cena que tan perfectamente retrató  Da Vinci (aún sin haber atestiguado el momento).
Lejos de las supersticiones estoy, pero cada martes 13, un grupo de periodistas encuentra noticia en alguna parejita casamentera dentro de un registro civil.
La lotería nacional señala el significado del  13 como “la yeta”, que en nuestro lunfardo remite a los infortunios.
Hoteles del mundo evitan el 13 en sus habitaciones, y saltan del piso 12 al 14.
Aerolíneas reconocidas no ponen el número en los asientos de los aviones y estrellas del planeta  omiten presentaciones ese día del calendario.
Resumo para no generar la pandemia de la triscadecafobia.
Luego de este panorama vulgar, sin ninguna clase de sustento, vamos al grano:
Hace menos de un mes, Argentina esperaba un veredicto bisagra  a nivel judicial: El juicio por el caso MaritaVerón llegaba a su fin, y el país sostenía esperanzas por  un fallo que permitiese encontrar un culpable a una de las tantas desapariciones que pusieron en jaque a los sectores más poderosos. Más allá de la expectativa para ponerle un punto final  (o inicial) a la búsqueda que lleva diez años,   el juez eximió a los 13 acusados por la desaparición de la joven  tucumana. El magistrado decidió  que no había evidencias para encarcelar a los supuestos responsables. Y así, la historia nacional, se llevó consigo otro caso más para la amnesia colectiva. El nombre de Marita Verón vuelve a resonar vacío de justicia.
El 20 de diciembre de este año teñido de apocalipsis, se llevó adelante el juicio por el caso Cromañón, donde, a causa de un incendio, murieron 194 jóvenes en un recital de la banda Callejeros.
La larga noche del 2005 pareció concluir cuando la justicia dictaminó sentencia para los 13 acusados, incluido el cantante de la banda, Patricio “Pato” Fontanet.
El líder de la actual “Casi Justicia Social” terminó internado en una clínicade nuestra ciudad por el brote psiquiátrico que le ocasionó la noticia. La justicia es por demás extraña. El hombre que sobrevivió a la tragedia fue condenado y culpado de homicidio, como si, desde afuera, hubiese incendiado el lugar a fin de cobrarse 194 almas. Quisiera evitar el canto de protesta, pero siempre he creído en la República. Hoy, a horas de que el año acabe, me pongo en la piel de lo que no quiero ser: una renegada.  Y protesto, en voz alta y con mayúsculas:  LA JUSTICIA ES INJUSTA. La justicia succiona víctimas y las ahoga en abismos infinitos. La justicia se traga a los hombres, a los nombres, a todo aquello que tiene algo que decir. La justicia sorprende. La justicia tarda y pone excusas para no llegar. La justicia no se disculpa. La justicia no se equivoca. La justicia, a gatas, publica una fe de erratas en algún pie de página que nadie lee.  La justicia agota las mentes de los sanos y los hace débiles. La justicia es el gato negro de los que creen en ella. La justicia tiene gastada la venda de los ojos y olvidó cómo interpretar la balanza.
La justicia se llama justicia porque de justicia no tiene nada.
Pude ponerme cursi para saludarlos y contarles lo feliz que me hace el fin de año. Pero a veces los balances no son tan positivos. Próspero 2013 para todos.

viernes, 2 de noviembre de 2012

La puta que escribe



Probablemente aquellos que, alguna vez visitaron este blog, me encontraron entre líneas. Todo lo escrito tiene que ver conmigo. Algunas cosas tienen más realidad que otras. Escribo con simpleza, desde lo que hice o viví.
 Un profesor de literatura, que me crucé en alguna búsqueda errante, le llamó “panfleto”. Puede ser. Quizás entrar en los espirales de las palabras siempre me haya resultado escabroso e innecesariamente complejo. “Panfleto” es un término que no me incomoda. Lo prefiero a las vacías poesías de elite: poesía para poetas. Yo escribo para todo aquel a quien el azar, la casualidad o como quiera que se llame, lo dirija hasta aquí.
Qué más da.
Leo y releo este cuentagotas de textos y no encuentro nada parecido a lo que algunos amigos (unos escritores, otros más o menos) me hacen interpretar:
Yo no escribí sobre dos personas haciendo el amor. Nada de sexo, ni de sábanas, ni de almas enredadas, ni de bocas fundidas.  Ni en primera persona, ni en tercera.
A esta altura, varios de ustedes, mis amigos, ya sacaron la bendita conclusión, apropiándose de ese concepto obsoleto y absurdo que es “mi intimidad”. ¡No se esfuercen! En este blog, perdido  entre los millones de blogs, todo es relativo. Paralelo.
Porque yo sí hice el amor. No pretendan encontrarse  una descripción banal del asunto. Renuncien al anhelo de querer encontrar el lugar donde escondí la primera vez o la última.
No hay golpes bajos ni mensajes subliminales.
Hice el amor con cada una de las palabras escritas. Rodé por el suelo, por el aire, envuelta en cada sonido. Me elevé desde  las hojas en blanco, hasta mancharlas de sentido imprevisto.
Hice el amor con el que leyó. Con el que halagó una línea o la defenestró. Hice el amor cuando les conté el perfecto final de mis abuelos. Hice el amor cuando descubrí la semilla que crecía dentro de esta pantalla medio muerta, medio viva. Hice el amor con los personajes. Con Alicia. Con la barbie asesinada que creé de un tirón.
Hice el amor con la memoria, con las miradas de esos chicos a quienes un móvil militar  les arrancó al padre. Hice el amor con la flaca que quería suicidarse un domingo a la tarde. Hice el amor con el rengo que no podía evitar la nostalgia, camino a la oficina. Me revolqué escandalosamente con una casa vacía, llena de  muebles.  Me acosté conmigo misma, para consolarme por la asquerosa decisión de entrar a una iglesia a protegerme del frío. Apretujé mi alma con este teclado que pudo haber sido cualquier otro.  Me mordí los labios cuando apenas transpiré borrones.  Cada vez que me senté a escribir, hice el amor.
No voy a mentirles. Poco me importan los modales y las buenas costumbres. La promiscuidad siempre me ha sentado muy bien.

@strellasalerno
 
 

lunes, 22 de octubre de 2012

Mi Yegua Alicia



Siempre digo que el día que me compre una yegua, le voy a poner de nombre Alicia. Tengo las mismas posibilidades de tener una yegua, que de ir a Egipto en carácter de mochilera.  Pero el nombre ya está elegido, y no lo pienso discutir con nadie que se interponga entre mis inverosimilitudes y yo.
 No es que me guste “Alicia”, porque de esa manera lo proyectaría en una hija, y no en una yegua. Tampoco es que no me guste. Alicia es un nombre de origen griego y
 significa “protectora”. Le quedaría mejor a una madre que a una hija, y -mucho mejor aún- que a una yegua.  Ocurre que mi imaginación me lleva a futuros improbables, y a pasados destejidos en pesadillas presentes.
En este caso, Alicia no es la nena que corrió al conejo, ni cualquier otra Alicia que haya hecho historia y que pudiera aparecer de un golpe de teclado en Google.
Alicia me despierta una o dos noches al mes, y me hace latir el corazón con una fuerza implacable. Sabe que su mirada, blanca de tanto azul, limpia mi cerebro y lo deja completamente nulo. Intimida con sus uñas, perfectas y coloradas. Camina sigilosa entre pasillo y pasillo, con zapatos que apenas se distinguen en el silencio fortuito.
Cuenta la leyenda que se la ve  sonreír una vez al año y que nada tienen que ver los horóscopos para que el fenómeno ocurra.  Alicia es hermosa, inteligente, justa, madura. Tanto que es imposible encontrarle la infancia entre líneas.
Anoche volvió a encontrarme.
-¿Qué querés, Alicia?
- ¿Qué parte no entendiste?-
 Me dijo, con los ojos más abiertos que nunca. Y otra vez la misma adrenalina me cosquilleó la piel. Empalidecí.
Puso frente a mí una hoja garabateada que se estiraba sin control hacia abajo. Llegó  hasta mis rodillas, serpenteó sobre mis tobillos y me enroscó como a una presa debilucha en un bosque de papel. 
Alicia dominaba la situación en reserva, y mis gritos afónicos apenas  tenían una leve acústica en lo más remoto de mi inconsciente.
Me sudaban las manos y el ritmo de la respiración marcaba las etapas de la lucha entre la hoja y yo.
Los garabatos comenzaron a desprenderse del papel, y caminaban en filas como bichos huyendo de la tormenta. Alicia miraba, inmóvil, con los brazos cruzados. Siempre en silencio.
Los cuasi gorgojos brotaban en hervideros furiosos y se enlazaban acollarándome  sin piedad.
Di varios alaridos en vano. La única testigo era ella, que parecía indicar, como director de orquesta, el recorrido que debían hacer las manchas  de tinta para apoderarse de mi poca lucidez.
-¿Qué parte no entendés?
-Ninguna, Alicia…
Temí por mi vida. Decirle la verdad siempre me hizo sentir una idiota.
-No pudiste haber llegado hasta acá sin entender nada…
Algo de razón tenía: nadie puede sacarse las medias, si antes no se quitó los zapatos. Pero yo seguía allí, atrapada en muros que había saltado cinco años atrás…
El papel ya me había quitado casi la totalidad del oxígeno, y los bichos me succionaban hasta las ganas de seguir.
Alicia no se inmutaba ante mis plegarias. Gozaba de mi lenta agonía…

Números que eran letras y letras que jamás habían sido números. Raíces que abandonaron sus árboles  y cuadrados entre paréntesis. Senos que se fueron por la tangente, y yo, que me fui junto con ellos. Corchetes  bajo llaves y binomios conviviendo con polinomios.
Hipotenusas sobre catetos y catetos sin saber que estaban subordinados. Pi y Alfa bailando un  vals, festejando haber encontrado la equis perdida.  Un ángulo adyacente se abría, sensual, a la par de su suplementario…
Alicia empezó a reír… No sé si habían pasado 365 días, pero la mujer reía sin culpas, y yo caía rendida, envuelta en una crisis que debí superar hace tiempo.
Desperté con el mismo nerviosismo de aquellos años, ni lejanos ni cercanos.
Un lustro  estudiando periodismo y sin verla debió resolver mi karma, pero no.
En Argentina le decimos “yegua” a las mujeres hermosas y también a las perversas y malintencionadas.
Los círculos se cierran (paradoja mediante). Ya ven por qué quiero que mi  potra se llame Alicia.  Una breve alusión a mi profesora de matemáticas.

jueves, 7 de junio de 2012

Azares

Soñé un colectivo sin gloria 
que usaba una máscara 
 y ocultaba la vergüenza. 
Con siete años de cargos inventados, 
decir "racha" es poner una excusa.
 Aún no logro reducir los secuestros 
a crónicas rojas de amor y venganza. 
Desperté y un cancionero me explicó que no soñaba. 
Me consuela que algo queda,
 aún cuando el mundo hubiese ensordecido.

jueves, 31 de mayo de 2012

Memorias de ventana


Ya era tarde para lágrimas. Si los ojos se nublaban el espectáculo hubiese sido todavía más triste. Un rayo de luz reflejado en el vidrio mojado le daba color al panorama blanco y negro que teníamos en frente.
Una lluvia de recuerdos inciertos intercedía entre la imagen y nosotros que, amontonados, apretábamos las narices contra la transparencia del cristal.
Probablemente yo hoy sea  el más arrepentido. La ventana del cuarto del baño era el recorte más cruel y perfecto  para atestiguar el final de algo que no sabemos cómo empezó. Por fuera del cuadrado quedaron las voces muertas de los que callaron.
Estábamos quietos, presos de un castigo que nos estaba preparando la historia. El vidrio se empañaba y se desempañaba, cómplice de nuestra respiración. Junio nunca fue muy bondadoso con las temperaturas.
Ellos, despojados de vergüenzas, no notaron nuestras miradas inmóviles. Fue un golpe tras otro, y en cada golpe nuestros ojos se cerraban para evitar la furia de los insanos. Sin embargo, esa oscuridad de milésimas de segundos, nos llenaba la cabeza de visiones dolorosas.
Tuvimos miedo.  Nuestra vista tenía  un filo contundente, y distinguíamos más detalles de los que hubiésemos querido.
Nadie salió.  Nadie escuchó. La cuadra quedó enajenada esa tarde. Sin sonidos.  Los recuerdos son sólo posibles evocando la ventana del baño, y  a través de tres pares de ojos suspendidos como lunas en un cielo imaginario.
Esa fue la última vez que lo vimos. La siguiente imagen es un auto verde, asqueroso verde. Y la cara de papá mirando por  el vidrio de atrás, buscándonos, con los ojos vendados y la mirada hacia arriba.